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Brett y su hija Zoey

En agosto de 2020, durante el pico de la pandemia de COVID-19, me diagnosticaron cáncer de testículo en estadio 2B. Este diagnóstico me volvió la vida al revés. El temor y la incertidumbre de la pandemia eran bastante abrumadores, de modo que la carga adicional de un diagnóstico de cáncer solo aumentó mi ansiedad. De inmediato pensé en mi hija. ¿Qué pasaría con ella si yo no sobreviviera? ¿Cómo afrontaría mi familia esta situación? ¿Qué ocurriría con mi empleo? ¿En qué estado quedarían los demás?

A comienzos del año supe que algo andaba mal, pero como hacen muchos hombres, me demoré en ir al médico. Para cuando me di cuenta de que en verdad tenía que hacerme examinar, la pandemia estaba en todo su apogeo y la mayoría de los medicos no atendían a pacientes en persona ni aceptaban pacientes nuevos. Un diagnóstico de cáncer causa suficiente estrés y miedo, sin contar con los siete meses que transcurrieron desde enero, cuando supe que algo andaba muy mal, hasta finales de agosto, cuando finalmente supe de qué se trataba.

En octubre inicié la quimioterapia. Por la pandemia no podia tener acompañantes durante los tratamientos. El aislamiento era sofocante. Las horas que pasaba solo en el centro de tratamiento eran una eternidad. Mi sistema habitual de apoyo, compuesto por familiares y amigos, se redujo a llamadas telefónicas y videollamadas que, aunque me reconfortaban, no reemplazaban la calidez de tener a una persona a mi lado. Las enfermeras y el personal de Moffitt —todos ellos maravillosos— me sostuvieron durante ese tiempo. No solo se preocupaban por mí como paciente sino que dedicaron tiempo a conocerme y me ayudaron a mantener la mente sana.

El diagnóstico de cáncer de testículo puede ser aterrador y angustiante, e incluso causar vergüenza en un hombre. No se habla de este cáncer de manera abierta y amplia como sucede con otros cánceres. Al comienzo del tratamiento no sabía con quién podía hablar ni en quién apoyarme. La mezcla compleja de emociones por las que pasé desde el diagnóstico, las muchas operaciones y la quimioterapia hasta los meses de recuperación me causó mucho sufrimiento.

Brett posa con Rosco

Por fortuna, sobreviví, como muchos hombres que tienen cáncer de testículo. El pelo y —lo más importante— la barba crecieron de nuevo. Mi hija no perdió a su padre y yo adquirí una mejor perspectiva de la vida y de lo que importa de verdad. Al ver el mundo con ojos nuevos me siento lleno de gratitud por la oportunidad diaria de seguir adelante.

Visite ImermanAngels.org para inscribirse y conocer a personas que pasan por la misma situación.

Esta historia se publicó originalmente en el boletín informativo ENLACES. Visite Moffitt.org/Enlaces para leer más historias y más información.