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En 1986, yo estaba muy ocupado estudiando ingeniería y a punto de graduarme cuando comencé a tener gripe con frecuencia (o eso creía). Un fin de semana, mientras hablaba con mis padres por teléfono, empecé a toser y se me fue la voz, lo cual me sucedía mucho en este entonces. Cuando mis padres llegaron a verme al día siguiente, me llevaron al hospital. Resultó que esto me salvó la vida.

El primer día que pasé en la unidad de cuidados intensivos, un médico me preguntó: «John, ¿sabes qué es el cáncer?». Recordando la clase de biología, le dije: «Es la multiplicación incontrolada de células». Él respondió: «Tienes una reacción muy racional frente a esta situación». Ellos estaban tratando de decirme que tenía cáncer, pero las cosas sucedían con mucha rapidez y yo no me daba por aludido. Después de todo, tenía 26 años, era fuerte y ¡no podía tener cáncer!

 John DesRoches Después de un torbellino de pruebas y técnicas, los médicos me dijeron que tenía un tumor del tamaño de una toronja en la cavidad torácica. Se trataba de un linfoma primario mediastínico de linfocitos B  grandes (un linfoma no hodgkiniano) en estadio 4. Yo no entendía la mayoría de las cosas que me decían, pero me di cuenta de que era algo malo. Un sacerdote me dio la extremaunción, con lo cual

por lo menos pude dormir esa noche al sentir que estaba preparado espiritualmente para morir. Un tiempo después le pregunté al oncólogo mis probabilidades de supervivencia y su respuesta fue: «Nos sentimos moderadamente optimistas». En ese momento, esta respuesta fue muy útil y esperanzadora: era exactamente lo que necesitaba. Así que, una semana después, me matriculé para el semestre de otoño dispuesto a hacer todo lo posible por sobrevivir. Quería tener una vida a la cual regresar.

La quimioterapia y la radioterapia fueron horribles, pero me salvaron la vida. Sin embargo, sobrevivir al cáncer fue solo la mitad de la batalla. Hasta que se promulgó la ley de protección de las personas discapacitadas de los EE.UU. (Americans with Disabilities Act, ADA), era lícito negarles el empleo a los supervivientes jóvenes de cancer por haber tenido la enfermedad. Como yo había nacido en Canadá, conseguí un empleo allí después de que me lo negaran docenas de veces en EE. UU. Pero cuando se promulgó la ley ADA, encontré un empleo en este país y seguí adelante con mi vida.

Creí que el cáncer se había acabado, pero en 2003 me encontré un bulto grande. Supe con pavor de qué se trataba, pero una apendicectomía reveló un linfoma difuso de linfocitos B grandes. Cuando el oncólogo me dijo que iba a necesitar quimioterapia de nuevo, la noticia fue demoledora. La quimioterapia había sido horrenda la primera vez y casi me mata. Con paciencia y confianza, el oncólogo me aseguró que la quimioterapia antigua ya no se usaba por ser demasiado tóxica. Y así fue. Me maravilló ver que la quimioterapia era mucho más fácil y que me salvaba la vida de nuevo.

Hoy en día sigo beneficiándome de los avances admirables de la investigación del cáncer mientras recibo atención preventiva y tratamiento para las consecuencias a largo plazo del medicamento que me salvó la vida hace cuatro décadas. Soy defensor voluntario de pacientes en Moffitt, integrante de la iniciativa Peer Visitor y acompañante compasivo. Además, participo en la vuelta anual Cure on Wheels de 326 millas a Tallahassee en testimonio de la atención que he recibido. La mayor parte de mi vida ha sido posible por los avances de la ciencia médica y por los cuidados extraordinarios del personal de enfermería y de los médicos. Estoy muy agradecido. Soy voluntario de Moffitt en agradecimiento por haberme salvado la vida, y para utilizar mi experiencia con el cáncer y con la supervivencia en beneficio de otros pacientes.

DesRoches va a pedalear 326 millas de nuevo en la 14.a vuelta annual Cure on Wheels por la defensa del paciente, dentro de la celebración del Día de Moffitt en Tallahassee, en 2024. Si desea apoyar la mission de Moffitt de prevenir y curar el cáncer, visite CureOnWheels.org.